lunes, 22 de septiembre de 2025

Evaluar la alfabetización informacional: tres claves para aprender mejor



Introducción

Vivimos rodeados de información. La información está en todas partes: cuando buscamos en Google, cuando miramos redes sociales, en los libros del cole e incluso en los memes que nos hacen reír. Pero aquí está el problema: no toda esa información es real o confiable. Y ahí empieza el verdadero reto: ¿cómo aprendemos a separar lo que es cierto de lo que es dudoso? ¿y cómo usamos lo que encontramos de forma crítica y responsable? A esto se le llama alfabetización informacional (ALFIN), hoy en día es una habilidad muy importante.

Ahora bien, aprender ALFIN no basta. También hay que evaluar si realmente estamos desarrollando esas habilidades. Y aquí viene la pregunta: ¿cómo medimos algo tan complejo como la capacidad de investigar, analizar y aplicar lo aprendido en distintos contextos?

En su artículo “Los tres ámbitos de evaluación de la alfabetización informacional” (2006), la autora Bonnie Gratch Lindauer nos da una respuesta clara y muy práctica. Ella propone que no basta con fijarse en lo que saben los estudiantes; también debemos mirar el entorno en el que aprenden y los programas que apoyan ese aprendizaje.

El objetivo de este post es sencillo: contarte las ideas principales del artículo y reflexionar sobre lo que significan para la educación y para el día a día en el colegio y en la universidad.

Resumen del artículo

Lindauer arranca con una idea clave: en los últimos años, el interés por evaluar la alfabetización informacional ha crecido muchísimo. ¿Las razones? Varias, pero tres son las más importantes:

- Las agencias educativas exigen pruebas más claras de lo que aprenden los alumnos.

- Se han creado normas internacionales, como las de la ACRL, que marcan el camino.

- Las asociaciones profesionales de bibliotecarios han puesto el tema en el centro de la conversación.

Con este contexto, la autora propone tres grandes ámbitos de evaluación:

El entorno de aprendizaje. Aquí entran en juego el plan de estudios, las asignaturas, los talleres, las bibliotecas y hasta las actividades extraescolares. La idea es ver si realmente la institución está creando espacios donde los estudiantes puedan desarrollar competencias informacionales.

Los programas de ALFIN. ¿Tienen objetivos claros? ¿Los profesores y bibliotecarios trabajan en equipo? ¿Se integra en el currículo o se queda como algo aislado? Lindauer propone preguntas que funcionan casi como un “checklist” para medir la calidad y el alcance de estos programas.

Los resultados de los estudiantes. Esta parte es más conocida: pruebas, trabajos, portafolios, encuestas, autoevaluaciones. Pero la autora insiste: ningún método por sí solo es suficiente; lo ideal es usar varios para tener una visión completa.

Además, Lindauer comparte recursos útiles: pruebas estandarizadas (como SAILS), manuales de buenas prácticas y guías de asociaciones que ayudan a poner todo esto en práctica

En resumen: evaluar es parte de enseñar. No se trata de vigilar ni de llenar informes, sino de mejorar lo que hacemos y asegurarnos de que los estudiantes realmente aprenden.

Análisis personal

Aquí es donde me paro a pensar. Lo que más me gusta del artículo es que rompe con la idea de que evaluar es solo poner una nota. Lindauer nos dice algo muy importante: la evaluación también significa mirar el contexto, los programas y las experiencias de los alumnos. Y eso cambia todo.

Piensa en cuántas veces un taller de búsqueda en la biblioteca queda como algo aislado. Vas, aprendes a usar una base de datos, haces un ejercicio… y listo. ¿Dónde queda esa habilidad después? El modelo de Lindauer evita que la alfabetización informacional se convierta en un evento suelto y la convierte en un proceso integrado en todo el aprendizaje.

Otra cosa que me llamó mucho la atención es cómo valora la evaluación formativa. Es decir, no solo medir para calificar, sino para aprender. Un diario de investigación, una autoevaluación o un portafolio ayudan a los estudiantes a ver sus avances y reconocer sus debilidades. 

Y qué decir del papel del bibliotecario. Después de leer a Lindauer, resulta claro que no es solo la persona que presta libros o explica el catálogo. Es un socio pedagógico, alguien que trabaja junto a los profesores para diseñar tareas y evaluaciones que realmente sirvan. Un puente entre los estudiantes y el conocimiento.

Lo mejor de todo es que, aunque el texto se publicó hace casi 20 años, sigue siendo actual. Hoy hablamos de fake news, de inteligencia artificial que genera textos y de redes sociales que moldean cómo entendemos el mundo.

Conclusiones

El artículo de Lindauer nos recuerda algo básico pero poderoso: evaluar la alfabetización informacional no es solo aplicar un examen. Es mirar el entorno en el que aprendemos, los programas que lo apoyan y los resultados de los estudiantes.

Si entendemos la evaluación como una herramienta para mejorar y no como un trámite aburrido o una carga extra, podemos cambiar la manera en que aprendemos y enseñamos. Y lo más importante: preparar a los estudiantes no solo para aprobar asignaturas, sino para enfrentarse al mundo real con un pensamiento crítico y autónomo.

Referencia

 Lindauer, B. G. (2006). Los tres ámbitos de evaluación de la alfabetización informacional. In Anales de documentación. v.9, pp. 69-81 Archivo

3 comentarios:

  1. Buenas tardes, David:

    La respuesta de Gratch Lindauer resume muy bien cuál es nuestra realidad informacional: no basta con centrar ALFIN como un sistema bidireccional formador ↔ formado, sino que el entorno es relevante para la formación y este no es único ya que el usuario no se mueve solo en un espacio.
    Además, el cambio de paradigma en la evaluación, pasar del sistema de calificación final a la autoevaluación continuada, es revelador; el formador es un guía, un mentor. Aprender no es aprobar todos los exámenes que se pongan por delante, ¡a favor!
    Sí me ha llamado la atención la acepción «socio pedagógico» para referirse a los bibliotecarios. Considero que según el lugar donde se encuentre la biblioteca, su personal podrá trabajar de manera más estrecha con el profesorado (tamaño de la ciudad, o del censo del colegio que ampare, por ejemplo); aunque lo deseable sería que hubiese una alianza, o, siguiendo la nomenclatura de la autora, una asociación.

    ¡Saludos!

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  2. Me parece un post muy interesante y relevante, especialmente en la era de la información en la que vivimos. La idea de evaluar la alfabetización informacional como un proceso integral en todo el aprendizaje es fundamental. Me gustó especialmente la propuesta de Bonnie Gratch Lindauer de considerar tres ámbitos de evaluación: el entorno de aprendizaje, los programas de ALFIN y los resultados de los estudiantes. Esto me hace reflexionar sobre la importancia de evaluar no solo la información que se aprende, sino también el contexto en el que se aprende y los programas que lo apoyan. ¿Cómo creen que podemos implementar esta evaluación en la práctica y asegurarnos de que los estudiantes realmente desarrollen habilidades informacionales críticas y autónomas?

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  3. Me gusta ver que la lectura del artículo te haya generado un fuerte y buen impacto, y que te haya hecho diferenciar entre la calificación y la evaluación. No olvides que la calificación es puntual, pero la evaluación es continua.
    Por otro lado, has comentado la importacia de fijarse en la debilidades, pero te reto a ampliarlo s un sistema muy usado a nivel empresarial, pero no en exclusiva, el DAFO (Debilidades, Amenazas, fortalezas y oportunidades).
    Para terminar, tanto las bibliotecas como los centros educativos tienen sus fines, y muchos de ellos en común, pero creo que la colaboración podría ampliarse favoreciendo la alfabetización informacional, ya sea con visitas fuera de centro como con actividades en bibliotecas internas.
    ¡¡Un saludo!!

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